Dentro de muy pocos años celebraremos el Bicentenario de nuestra independencia. Cuando estemos más cerca de él, sentiremos la necesidad de saber cuánto hemos avanzado en el logro del bien común que nos comprometimos alcanzar, guiados por los gobernantes que de diversa forma se hicieron con el poder.
Diversos son los problemas que tuvieron como reto superar. Muchos de ellos nacieron con la República, tales como la pobreza, la corrupción, la exclusión y una incipiente democracia; otros fueron apareciendo con el curso de los años, como el narcotráfico, la inseguridad y el terrorismo.
Coyuntural crecimiento económico
Probablemente, nuestro crecimiento económico, que es coyuntural, vulnerable y deficientemente sostenible, avivará nuestros entusiasmos y muchos analistas dirán que pasamos por un buen momento. La pasión muchas veces enceguece la razón. Lo que tendríamos que preguntarnos debería ser: ¿Cuántos de los problemas que “heredaremos” de la Colonia y los que por diversas razones creamos posteriormente, hemos solucionado o estamos en proceso de lograrlo?
Una respuesta objetiva, prescindiendo de la posición interesada de los políticos, nos dirá que hasta hoy hemos fracasado en el intento. La corrupción es cada vez mayor, tanto que el presidente de la Comisión de Ética del Parlamento Humberto Lay, dice que alrededor del 20% del presupuesto de inversión del Presupuesto General de la República, va a parar a los bolsillos de los corruptos. Tenemos cada vez mayores índices de esta lacra.
La pobreza aún sigue siendo muy alta, pese a que durante doscientos años, todos los gobernantes nos prometieron luchar contra ella, y para combatirla se han destinado miles de millones de soles. Y al no tener criterio, los gobiernos decidieron enfrentarla con asistencialismo enajenante, politiquero e ineficaz. Y olvidaron que la educación es la mejor herramienta. Olvido que nos ha condenado al último lugar en la evaluación PISA. Esa es nuestra realidad.
Exclusión política
Decidimos ser República sin estar preparados para vivir dentro de ella. Una larga historia de exclusión política, nos ha privado de tener ciudadanos. Solo hemos manipulado electores. Y recién en 1950, las mujeres tuvieron derecho al voto. Es decir, más de ciento veinte años después de nuestra independencia.
Tenemos todos los instrumentos formales de la democracia, pero no tenemos Estado de derecho. Pues no todos somos iguales ante la ley (un Magistrado fue a la casa de Toledo para tratar el asunto de su hija no reconocida); la ley no se respeta (Nadine Heredia quiere ser candidata) y los mecanismos de control, son totalmente inefectivos. Aún los políticos no quieren aceptar el principio de separación de poderes (Cheks and balances). En suma, después de doscientos años, tenemos una democracia incipiente y un Estado de derecho iluso.
“Industria floreciente”
Y aquellos problemas que por nuestra causa creamos, son hoy más poderosos. El narcotráfico es una “industria” floreciente. Somos el primer país productor de droga derivada de la coca a nivel mundial. Producimos 320 toneladas al año; pero también la Policía más ineficiente y corrupta, solo incauta el 7% de esa cantidad y el 5% de los insumos químicos que se requieren para producirla.
Asociado a este ilícito negocio, los restos que aún subsisten de Sendero Luminoso, le dan seguridad a la producción y comercialización de la droga, ante un Estado confundido que aún no acierta a definir cuál es el problema y menos como afrontarlo.
Paralelamente, la inseguridad ciudadana está cada día en aumento, convirtiéndonos en el país más inseguro de la región, situación que está desalentando las inversiones y agregando costos innecesarios al proceso productivo.
¿Visión pesimista del país?
No. Visión objetiva. Es claro que hemos mejorado en muchos aspectos, pero debemos incidir en los problemas de fondo. Aquellos que atentan contra el bienestar general no los que afectan los bolsillos de los grupos de poder económico, aquellos a los que le ha ido bien en todos los gobiernos. Y la pregunta es: ¿Por qué no hemos tenido la capacidad que otros Estados han tenido, para que en menos tiempo y con menos recursos, hayan podido avanzar mucho más que nosotros? La Respuesta es demasiado simple pero escamoteada: hemos sido mal gobernados. Pero curiosamente, los apellidos de los gobernantes han cambiado, pero los de los grupos de poder siguen siendo los mismos. ¿Acaso será que los primeros fueron “testaferros” de los segundos?
Tres responsabilidades
Para saber en qué fallaron debemos desentrañar el misterio que encierra la tarea de gobernar. Jean Bodin, el célebre intelectual francés (1530-1596) describió las tres responsabilidades que le son atribuidas a quienes ejercen esta tarea por encargo del pueblo: dirigir, administrar y controlar al Estado. Veremos que ha sucedido en el país en cuanto a esas tareas:
1 Dirigir al Estado: Esto significa que quien le da el rumbo a la Nación es el Presidente. Dicho rumbo debe estar contenido en forma clara en su Plan de Gobierno, el mismo que desprendido del proyecto nacional, debe contener las metas que se pretende alcanzar en cinco años de gobierno en la consecución de los objetivos nacionales. Coherente con este principio, la Constitución (Artículo 118° inciso 3) le atribuye al presidente el privilegio de dirigir la política general de gobierno.
Lamentablemente, hasta mediados de los sesenta del siglo pasado, los presidentes no tuvieron un Plan de Gobierno metodológicamente aceptable y como tal, el rumbo quedó librado a su inspiración, surgiendo el complejo fundacional. Con cada Presidente (como hasta hoy) comienza y termina la república. A partir de los sesenta hasta hoy, los supuestos planes son un conjunto de ideas y buenos deseos. Somos unos de los pocos países del planeta, que no tiene objetivos nacionales. Aún no sabemos sistémicamente donde ir. Por eso hemos dado marchas y contramarchas.
2 Administrar el Estado: Nos estamos refiriendo a la administración pública, a la que charles – Jean Bonnin la describe desde dos puntos de vista: el formal, que se refiere al organismo público que ha recibido la competencia y los medios para satisfacer los intereses de la población; y el material que se refiere a la actividad de este organismo considerado en sus problemas de gestión.
Es decir, la tarea de conformar el aparato del Estado y de hacerlo ágil, eficiente y meritocrático. El Dr. Alan García ha descrito a esta estructura como lenta, burocrática y obstruccionista. Y tiene razón. Lástima que se quedó en el diagnóstico.
El nuestro, nunca fue meritocrático, recién lo será a partir de la Ley Servir (y con reservas); y la tan esperada reforma del Estado, es una tarea aún pendiente. Como tal, ningún gobernante administró adecuadamente el Estado. Esta estructura solo les sirvió para sus fines de dar empleo a sus amigos y correligionarios. Era de esperarse entonces, que ellos no tuvieran la capacidad de solucionar los grandes problemas que mencionamos al comienzo de este artículo.
3 Control del Estado:
Este control tiene dos grandes connotaciones, uno político que se materializa a traves de la separación de poderes, en el que cada uno de ellos ejerce sobre los otros el control para evitar el abuso. Y otro de tipo administrativo para evitar que se mal utilicen los recursos del Estado.
En el primer caso, el Congreso de la Republica tiene la responsabilidad de fiscalizar los actos del Poder Ejecutivo y en el segundo, los mecanismos de control (Contraloría General de la República, OSCE y demás organismos reguladores) se encargan de que los gastos sean honestos, trasparentes y oportunos.
Pero resulta que todos los gobernantes, para evitar la función fiscalizadora del Congreso, se valieron de todas las formas (incluso las vedadas) para obtener mayoría en el Congreso, con el pretexto pueril de facilitar la Gobernabilidad. Y los mecanismos de control fueron tan ineficientes que por omisión alentaron la impunidad, al punto que la corrupción se ha ido incrementando.
Todo fue una ilusión
Por estas tres razones: falta de rumbo, una pésima administración e inefectivos mecanismos de control, la tarea de gobernar bien (sinónimo de Gobernabilidad) fue una ilusión, con las consecuencias que detallamos. No hemos resuelto ninguno de los problemas con que nacimos a la vida republicana.
Lamentablemente no se avizoran mejores alternativas para el 2016. Los presuntos candidatos han banalizado la política y se han puesto al margen de la ley de Partidos Políticos, autoproclamándose como tales, desdeñando las elecciones internas a las que dicho dispositivo, obliga. Dedocracia, mesianismo, autocracia interna ¿Y la democracia?
Lo que debe ser un alturado debate de planes de gobierno ha sido reemplazado en nuestro país por una competencia de adjetivaciones. No elegimos al mejor, sino al menos malo. Al que supo capear con más destreza los insultos.
No es de extrañar entonces que pese a doscientos años de vida republicana, nuestro avance haya sido tan lento. Y en esta tragedia, por supuesto que los pobres han sido los más afectados.
¿Qué hacer?
No nos dejemos engañar. Si hoy la plena ciudadanía está en ciernes, lo que se han agudizado son nuestras percepciones para saber quién promete lo incumplible, y quien hará otra cosa de lo que promete. Creo que Ollanta Humala ha dejado una marca en el inconsciente colectivo. Ya dudamos de todos.
Decía que el evidente crecimiento económico le ha dado un nuevo rostro al país. Lo que me preocupa es la sostenibilidad del mismo. ¿Llegaremos al 2021 con las arcas llenas como las tenemos ahora? ¿Aprovecharemos los recursos que tenemos para alcanzar el desarrollo?
Profunda reflexión
Razón tuvo J.J. Rousseau cuando dijo en su “Discurso sobre la desigualdad entre los hombres”, que el Estado es capaz de crear pobreza, pero también riqueza, dependiendo de quién lo dirija.
Creo que el momento amerita una profunda reflexión. No seamos tan crueles con el país, haciendo que esta ultima oportunidad que nos da la historia sea una oportunidad perdida, como lo fueron las bonanzas… del salitre, el guano. La anchoveta, el caucho y el petróleo. Hemos repetido tantos errores que posiblemente, este crecimiento no se vuelva a repetir.
Invoco a la población a elegir con criterio, sin dejarse llevar por la elocuencia, las pasiones y los embustes. Como decía, este gobierno ha sensibilizado aún más nuestros sentidos y decepciones. No creo que volvamos a cometer un nuevo error. Nos va a costar muy caro.