No me voy a referir al esfuerzo exitoso que desplegó el Congreso por dinamitar la minúscula legitimidad que aún le quedaba, al aprobar, por unanimidad, un embozado aumento de sueldos. De ello ya se encargó la prensa con tal efectividad que se vieron obligados a retroceder contra su voluntad.
Voy a ocuparme del argumento pueril que inspiró el aumento y las consecuencias políticas de la contundente derrota. Dijeron a coro los congresistas que "no les alcanzaba la plata para sufragar sus gastos de representación".
Festival populista
Por si quedaban dudas respecto a lo que estos servidores públicos entienden por representación, un programa periodístico reafirmó lo que todos sabemos.
Se despilfarran nuestros dineros en agasajos, regalos, polladas, fiestas y padrinazgos a lo largo y ancho del país (incluido Lima-Provincias), convirtiendo esta seria responsabilidad congresal en un festival populista. El mismo que tiene como único fin incrementar sus índices personales de popularidad con miras a la reelección.
Dado el defectuoso sistema reeleccionista que tenemos cada cual tiene el derecho de pretender vivir del Estado por tiempo indefinido. Porque muy pocos tienen la capacidad profesional para ganar S/. 20.000.00 en la actividad privada. Lo que condenamos es que se pretenda utilizar el dinero de todos nosotros para conseguir tal fin.
Esta es la razón por la cual el sistema democrático en nuestro país no goza de buena salud, ya que es creciente el desencanto del pueblo por no sentirse adecuadamente representado.
Emmanuel Sieyés, decía que los parlamentarios son elegidos para "conformar un órgano autónomo y deliberante, no para ser portavoces y defensores de intereses particulares"; es decir tienen una función de representación de los intereses de los ciudadanos; por lo tanto no pueden actuar de espaldas a ellos. Lamentablemente, nuestro Parlamento está muy distante del enunciado de Sieyés.
Estado de Derecho de ficción
¿Pero qué es representación?; León Duguit ("Manual de Derecho Constitucional") dice: "la representación no es más que la situación en que uno o varios individuos ejercen funciones de Estado, en nombre de otros que detentan de hecho la mayor fuerza". ¿Y cuáles son esas funciones de Estado, que en nombre de todos, ejercen los parlamentarios?
Básicamente dos: legislar (dar leyes) y fiscalizar (ejercer control del poder y los recursos de los que dispone el Poder Ejecutivo).
En tal virtud se convierten en el contrapeso del poder, no en su apéndice como hoy sucede. Vivimos en un Estado de Derecho de ficción. Adolecemos de su pilar más importante: el equilibrio de poderes.
Quienes desde Locke y Montesquieu concibieron el sistema de pesos y contrapesos intuyeron que "debido a la fragilidad de los hombres (los cuales tienden a acumular poder), estos podrían ser tentados a tener en sus manos el poder de hacer leyes y el de ejecutarlo para así eximirse de obedecer las leyes que ellos mismos hacen".
Por esa misma razón le anularon al Congreso la iniciativa de gasto. Solo aprueban el presupuesto, proceso folclórico que en el Parlamento da lugar a interminables pedidos de incluir obras desordenadas, carentes de planificación y sin el más mínimo criterio de costo-beneficio; con tal de ganar popularidad en sus respectivos pueblos. Rito risible que se repite todos los años, sin que su acatamiento haya hecho mover al país un milímetro hacia su desarrollo. Probablemente, la pobreza legislativa, esté siendo disimulada, con populismos desenfrenados.
Legitimación del Poder Legislativo
La eficiencia del Congreso se mide respecto al cumplimiento de sus dos funciones básicas. Por lo que reclamamos que el sueldo que se les pague esté en relación directa al desempeño en ellas.
La suma de popularidad de sus miembros no da como resultado la legitimación del Poder Legislativo.
Las declaraciones poco atinadas del presidente del Consejo de Ministros, criticando el aumento de las remuneraciones congresales, permitió destapar (aunque todavía a medias) los altos sueldos que perciben muchos funcionarios públicos del Gobierno (algunos por encima del sueldo presidencial).
Mandobles entre ministros y congresistas, alimentaron los titulares de una prensa ávida de dimes y diretes. Lo que pasó por alto esta discusión mediática, fue la finalidad de la lucha por el poder. Es decir, el qué y para qué luchan los partidos políticos entre sí.
De eso nos vamos a ocupar. No de los adjetivos. El partido político, a decir de Maurice Duverger ("Los partidos políticos") es una asociación de individuos unidos por objetivos comunes y persiguen como meta alcanzar el control del Gobierno para llevar a la práctica esos objetivos.
Los partidos políticos actúan como estructuras intermedias que conectan el Estado con los ciudadanos y la sociedad civil. Por lo tanto su sino es la lucha por el poder.
Servicio cívico al país
Giovanni Sartori, los define "como cualquier grupo político que se presenta a elecciones y que pueda colocar mediante ellas a sus ciudadanos en cargos públicos".
El qué está dado por el fin de llegar al poder ocupando los cargos de dirección del sistema político, y el para qué, lo define el concepto de servicio cívico al país.
Dicho esto, los partidos no luchan por el poder para servirse de él (porque eso es corrupción) ni para colocar funcionarios que vean el Estado como un botín.
Sé que suena iluso entronizar en nuestra cultura el concepto de servicio al país, luchando ferozmente contra la decisión de servirse a sí mismo. Pero no creo en guerras perdidas antes de emprenderlas.
En muchos países es un honor servir al Estado. El gran maestro Víctor Raúl Haya de la Torre nos dio una lección de vida. Cobró un sol como sueldo en el Congreso que le tocó presidir. Probablemente este sea un ejemplo extremo. Pero la solución no es un bandazo: correrse al lucro desenfrenado aprovechándose del cargo.
La ministra Ana Jara, ha admitido abiertamente su culpa; devolviendo el dinero que indebidamente cobró.
El presidente Humala la justificó con los disparatados argumentos a los que nos tiene acostumbrados. Si ya devolvió: ¿dónde está la falta? Idéntico argumento expresó la "estadista" Nadine Heredia.
Por confesión propia ya sabemos que el partido de Gobierno luchó por el poder no para servir al país, sino para servirse a sí mismo.
Creo que ambos conceptos: representación y lucha por el poder (incluida su finalidad) deben ponerse en debate. Sucumbir a la chatura del objetivismo no contribuye en nada a consolidar nuestra democracia en ciernes.
Menos si como consecuencia de titulares superficiales, un ex presidente del Congreso insinuara que clausurar este poder del Estado sería un incidente menor que contaría con el beneplácito de la ciudadanía.
¿Mejor por qué no emprendemos un esfuerzo pedagógico para tener mejores ciudadanos dentro y fuera de la estructura del Estado?