La Independencia
Pronto celebraremos 188 años desde que don José de San Martín proclamó
la Independencia del Perú, pues, desde el siglo XVI, nuestro país se
había convertido en una colonia del Imperio español.
Sin embargo, en 1821 el ejército realista aún no había sido derrotado,
así que en gran parte del territorio nacional el grito de libertad no
tuvo ningún significado. Solo después de la Batalla de Ayacucho, en
1824, el virrey La Serna decidió abandonar el país y dejar en nuestras
manos la conducción de la naciente república.
Nos liberamos de España, pero no de nuestros problemas. A la era del
Tahuantinsuyo, época en la que los incas gobernaron con poderes
absolutos sobre una sociedad de vasallos, se sumaron trescientos años
de un despiadado colonialismo y explotación. Sin duda, ambas épocas se
caracterizaron por ser excluyentes y, por tal motivo, el ejercicio de
la participación y de la soberanía popular nunca estuvo presente en
nuestra historia política.
Bajo el dominio español, el Perú sufriría la más cruel de las
explotaciones. Miles de indígenas morían confinados en las minas de
oro y plata, minerales que los españoles saquearon con la intención de
intercambiar por las mercancías producidas por la floreciente
Revolución Industrial en Inglaterra. De esta manera, el pillaje
colonial contribuyó al desarrollo del capitalismo inglés.
Desde el punto de vista político, del colonialismo español no
heredamos nada positivo. No aprendimos a elegir ni a ser propietarios.
Un gran abismo se interpuso entre las élites ibéricas y la gran
mayoría de la población. Así, nacimos como una república exportadora
de materias primas constituida por una mayoría de pobres con poca o
ninguna participación en los asuntos del Estado.
La República
A partir de 1821 y durante medio siglo después, las bayonetas
impusieron a los presidentes. Luego se instauró lo que Basadre convino
en llamar la República Aristocrática. Durante esta época, el poder
económico hizo y deshizo gobiernos. A partir del Civilismo de
comienzos del siglo XX, se sucedieron en el poder representantes de
una clase política que se dedicó a usufructuar, en propio beneficio,
los recursos del Estado. Se sucedieron varios nombres, pero los
intereses siempre fueron los mismos.
Hasta el día de hoy, el pueblo ha seguido ausente de las grandes
decisiones que lo afectan. Hemos importado un sistema democrático ya
desarrollado para un país que todavía está en búsqueda de su identidad
nacional y de un nivel aceptable de civismo. Nos hemos dedicado a
construir una república antes que una nación.
Nuestra tragedia consiste en que quienes nos han gobernado nunca
estuvieron preparados para asumir tan trascendental reto. Prueba de
ello es que, hasta hoy, nos debatimos en la inmediatez, la falta de
autoridad y el fracaso. Somos una nave que salió del puerto en 1821
sin saber a dónde ir, con capitanes incapaces y, además, con gran
tendencia a la corrupción.
Nada ha cambiado en casi 188 años. No hemos solucionado ninguno de los
problemas que determinaron nuestra aparición como república. Al
contrario, hemos agregado muchos más en el activo de nuestra
desgracia.
Sin embargo, del otro lado del mundo, hace 85 años no existían Taiwán,
Corea, Malasia, Singapur ni ninguno de los llamados "Tigres del Asia".
Hoy, a pesar de que importan el 80% de las materias primas que
necesitan, constituyen un conjunto de economías desarrolladas.
Hemos perdido más de un siglo y medio de tiempo y seis generaciones.
Se ha explotado el 27% de nuestros recursos no renovables. Sin
embargo, ninguno de estos activos nos ha beneficiado, pues tenemos una
población conformada por 49% de pobres y 25% de extremadamente pobres.
Ha sido tal la incapacidad de los gobernantes que se ha dado leyes
excluyentes que afectan al 80% de pequeñas y microempresas,
condenándolas a la informalidad. En total, suman cuatro millones de
empresas que gestionan alrededor del 70% de transacciones comerciales
realizadas fuera del sistema legal.
Perú: País Viable
Me resisto a admitir que, como afirma Oswaldo de Rivero, seamos un
país inviable. Pienso, más bien, que el sistema que se nos ha impuesto
es irreal, pues no puede aplicarse eficientemente a un país en proceso
de consolidación social y económica, como el nuestro.
Al ser la democracia un concepto polisémico, puede adaptarse a todas
las realidades. Es necesario construirla a nuestra medida y
perfeccionarla en nuestro andar por la historia. Ningún modelo nos
debe cautivar, ni siquiera el de los EE.UU., porque ese país nunca fue
subdesarrollado; y en cuanto a los países europeos, estos nos
aventajan en más de tres siglos la práctica de la democracia.
Afirmo, enfáticamente, que somos un país rico y con grandes
posibilidades, pues tenemos lo que a los países desarrollados les
falta: materias primas. Por ello, no creo que debamos seguir
exportándolas como tales. Es necesario asumir un proceso de
transformación consistente y, sobre todo, caminar el futuro por
nuestra propia senda. Empecemos a crecer y desarrollar de adentro
hacia afuera, como lo hicieron las grandes potencias.
Para que ello sea posible, es necesario un Estado moderno,
democrático, descentralista y promotor que cree las condiciones para
el desarrollo: potenciar y modernizar las micro y pequeñas empresas
con información, capacitación, apoyo tecnológico, financiamiento y
búsqueda de mercados en el Perú y en el mundo globalizado. Además, ese
Estado debe asumir también un rol subsidiario que lo obligue a
ejecutar, en forma suplementaria, todo aquello que, a pesar de no ser
atractivo para la inversión privada, es vital para la población, como
la educación, la salud, la vivienda, la infraestructura, la seguridad,
etc.
Reforma del Estado
En la actual coyuntura de la crisis financiera global, recuperemos el
tiempo perdido y hagamos una verdadera reforma del Estado que nos
permita generar riqueza promoviendo la creación de empresas. Pero solo
si la ley y el orden se imponen en el país, será posible esta tarea,
pues ellas son la expresión del Estado de Derecho y, por tal razón,
determinan la identidad de un estado democrático.
Necesitamos ley y orden para invertir, ley y orden para garantizar la
propiedad privada y ley y orden para consolidar un Estado unitario.
Solo cuando el gobernante es legítimo y está capacitado para convocar
a la población a la realización de los objetivos nacionales que él ha
diseñado, es posible consolidar el Estado. Nada es más aglutinador que
el liderazgo, pues para ser líder, como dice Kotter, hay que ser
capaz, saber convencer y, sobre todo, dar el ejemplo.
Debemos sentirnos orgullosos de ser peruanos, de haber nacido en esta
maravillosa "tierra del sol", en un país de milenario pasado e
ingentes riquezas, y de gente trabajadora, creativa y de acendradas
convicciones en búsqueda incesante de oportunidades, no de dádivas.
Hagamos una profunda reflexión sobre lo andado. Que nuestras próximas
decisiones no nos lleven hacia el mismo resultado. Merecemos un
destino superior, aunque algunos de nuestros gobernantes hayan
demostrado no saber cómo alcanzarlo. Ellos son los responsables de la
desgracia nacional en la que nos debatimos.
Que Dios nos inspire e ilumine para que, durante el presente gobierno,
se realice la esperada reforma del Estado. Este es el instrumento que
necesitamos para promover el desarrollo sostenido como alternativa
real para la generación de empleo, divisas y descentralización.
En el próximo artículo se desarrollará los temas que deben plantearse
antes de emprender el proceso de reforma del Estado:
1. ¿Por qué debe reformarse el Estado?
2. ¿Cómo se debe iniciar y conducir este proceso?
3. ¿Qué tipo de Estado es el que se quiere alcanzar?
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MARCO ANTONIO ARRUNATEGUI CEVALLOS
DIRECTOR & ANALISTA POLITICO
REVISTA - JUSTO MEDIO
www.justomedio.com